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viernes, 1 de marzo de 2013

Capítulo 35

Hola hola! c:

Aquí os dejo el capítulo 36 :) Quería deciros que he tenido que quitar la música y que durante un tiempo no podré ponerla porque ha ocurrido algo con la página y no he tenido más remedio que quitarla, sorry. Intentaré pronto poner música de otra forma ;) Siento las molestias, ahora el blog estará más callado que de costumbre x]




Capítulo 35: Pocos días

Dos días... pasado mañana tenemos que estar en el Olimpo. ¿Nos dará tiempo? Además, tenemos que encontrar al ladrón. Cuando salimos de la piscina, nos fuimos a la parada del autobús otra vez y cogimos el autobús para irnos a la ciudad vecina. ¿Qué nos espera ahora? Seguro que algo más difícil... Me siento sola y dejo que Jerome y Nina se sienten juntos. En estos momentos, quiero estar sola. Mi mente ahora mismo está negra, ¿o blanca? Quizás sea razón lo que ha dicho Jerome y me esté volviendo desorientada en la mente. Sé lo que quiero. Lo veo claro. Mi mente ahora es una sala negra que con cada paso que des, se hace más grande, y si retrocedes el paso, vuelve al tamaño real. Lo malo es que no sabes cómo de grande es la sala. Si tuviese un rayo de sol, una vela... Una luz. Necesito despejarme, quizás mi mente vuelva a la normalidad y me sienta más cómoda. Quiero volver atrás, de pequeña, no haber conocido a Jerome, haber negado no entrar en el campamento. ¿Quién me obligaba? Yo misma.



El autobús frena y se baja y sube gente, pero no es nuestra parada. Nina viene a mi lado.

-Estoy totalmente segura de que nos dará tiempo.

Me encojo de hombros. Nina suspira y vuelve junto a Jerome. Estoy cansada, así que me duermo.


Recuerdo aquel día de Navidad. Era un día frío y nevaba. La calle estaba llena de nieve y yo había llegado a casa de jugar con mis amigas, que habíamos quedado en un parque para hacer una guerra de bolas de nieve. Y muñecos de nieve. Llegué a casa y me bañé porque me habían dejado el baño preparado. Tendría unos siete años y para mis padres seguía siendo su hija de cuatro años. Jugaba a que era Santa Claus, poniéndome espuma alrededor de la boca y diciendo “Jo, jo, jo. ¡Feliz Navidad!” Mis padres ser reían cuando hacía eso. Cenamos un buen pollo frito, con patatas. Y de postre, una bonita y deliciosa tarta que había hecho mi padre ese mismo día.

“¡Feliz Navidad!” Eso es lo que nos decíamos el 25 de diciembre. Por la noche, después de cenar, nos pusimos a ver un programa de comedia navideño que ponían todos los años. Recuerdo que en mitad del programa, mi padre fue a recoger la mesa, pero en verdad, me trajeron un regalo.

“¡Feliz Navidad, Annie!” es lo que me dijo y me entregó el enorme paquete envuelto con papel de regalo rojo y estrellas doradas. Lo abrí impaciente y descubrí que era un telescopio. Esa misma noche, mi padre y yo, mientras mi madre dormía, cogimos el telescopio y tapados con mantas, nos fuimos al tejado a ver las estrellas. Era una noche nevada, pero el cielo estaba despejado y había dejado de nevar. ¡Qué suerte! Vimos muchos planetas: Saturno, Júpiter, Marte... y la Luna. La enorme Luna amarilla (porque ese día era Luna llena). Con mis inocentadas, le dije a mi padre que si por la mañana podríamos ver el sol.

“Nunca, Annie. Si ves el Sol con un telescopio te puedes hacer daño en la vista. Podrías quedarte ciega”-me dijo.

Estuve triste. La Luna se veía genial, y de pequeña me contaron un cuento infantil diciendo que la Luna era la mejor amiga del Sol. ¿Por qué no se podía ver? Claro, que después lo entendí.



Me despierta Nina y me dice que ya estamos en la parada, que debemos de ponernos en marcha. Me informa que hemos tardado dos horas y media por el atasco que había en el tráfico y que nos ha detenido la marcha rápida que teníamos, pero si nos damos prisa, podemos recuperar perfectamente el tiempo perdido. Vamos corriendo hacia el centro comercial, que en verdad es un supermercado. Coches de policías y ambulancias pasan muy rápidos por la calle y nos extrañamos. Corremos el doble. Jerome parece cansado. Lleva la maleta desde el primer momento, así que le pido que me la pase y pesa un poco. Con la cabeza de Medusa y la cantidad de peso que tiene la armadura, pesa bastante.

-Una última manzana-dice Jerome que va en cabeza.

-Deberíamos recorrerla andando-comento.

Disminuimos los pasos y nos vamos andando. "No vamos a llegar" pienso. Aumento el paso, pero lo disminuyo de nuevo al oír que Nina y Jerome me seguían corriendo. Tras recorrer lo que nos queda de manzana, llegamos a las puertas del centro comercial, que en verdad es un supermercado. Freno directamente nada más ver lo que hay.



Mal rollo. No deberían de estar ahí. Cinco coches de policía están a las puertas y la gente murmura desde las aceras con la persona a la que tienen al lado.  No deberían de estar ahí. ¿Se habrán dado cuenta de lo que hay dentro? ¿Es que piensan que el escudo de Ares es peligroso? Nina y Jerome no han abierto la boca.

-Debemos de entrar-digo dirigiéndome hacia un policía.

-¿Estás loca? ¡No pueden saber lo que somos!-me grita Nina en voz baja para no llamar la atención, deteniéndome por completo.

-Nina, ¡nos queda hoy y mañana hasta el mediodía para conseguir los tres objetos robados y capturar al ladrón! ¡Debemos de entrar ahí a la fuerza!-le grito y salgo corriendo hacia un policía.  

Le pregunto qué ha ocurrido y me explica y que dentro hay algo “raro”, según ha dicho el encargado. El centro comercial está cerrado para que lo “raro” no se escape. Me explica también que nadie puede entrar y por último, que lo “raro” apareció de la nada y la gente salió corriendo del supermercado. Le doy las gracias al agente y salgo hacia mis amigos mirando al suelo.

-Debemos de entrar ahí.

-No podemos, no nos...

-¡Sí podemos! ¡Debe de haber una solución!-grito y me alejo un poco de ellos, necesito despejarme.

Me siento en un trozo de piedra que sobresale del suelo e intento despejarme. Debe de haber alguna manera de entrar... Estrujo mi cabeza como puedo para buscar una solución, pero no la hallo. Clavo la vista en el suelo y me meto en mi mundo, pero a los segundos, tengo delante unos pies. Alzo la mirada y veo la perfecta cara de Atenea, vestida como una humana corriente y no como una diosa del Olimpo.

-Tienes que ayudarme.

-Di la verdad a los agentes y te dejarán entrar, hazme caso.

-Pero... nos descubrirán

-Eso jamás, hazme caso, Annie, y todo saldrá bien. Esto no es ningún problema en comparación con lo que te espera. Los Oráculos han hablado-dice y acto seguido, desaparece.

¿Me fío de ella? Que pregunta más estúpida. Claro, es una diosa del Olimpo y me está ayudando. ¿De qué Oráculos habla? Ahora que lo recuerdo, el padre de Jerome era uno... 
Qué mal, esto va a empeorar, pero si Atenea ha hablado y me ha dicho que diga la verdad, lo hago y ya está. Me levanto decidida y salgo corriendo con mis amigos. Ellos al oír mis pasos, se giran y yo disminuyo el paso, pero debo de llevar una cara de decidida y enfadada, porque se separan y paso ente ellos. Nina me coge del brazo y paro.

-¿Estás segura?

-Decidida al cien por cien.

Ella se queda pensativa  y frunce el ceño, pero al final asiente.

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