Capítulo 26

Hola! :)

Aquí os dejo el capítulo 26! ^-^ Al final, os lo he podido subir tempranito :P Hahaha. Aquí os lo dejo, espero que os guste!! :D

Capítulo 26: En el Olimpo

El ascensor no tarda en llegar y nos montamos los tres. Miro el panel de los botones enlos que están numerados del uno al doce. Jerome apoya la mano en un cuadrado y aparece el botón dorado con una O. Así no era cómo me había dicho Pegaso, pero da igual. El ascensor cierra las puertas y sube a toda prisa, a la velocidad de la luz y los tres caemos al suelo, igual que en mi sueño. Las puertas se abren en una milésima de segundo y nos ponemos en pie y enadamos hacia el amplio vestíbulo de baldosas doradas y hermosas fuentes blancas de las que salen chorros de agua cristalina. No hay paredes, sino columnas blancas que se alzan y son altísimas, tanto que no se pueden ver el otro extremo. Nos acercamos a un enorme mostrador de unos ocho metros de alto.

-¡Hola! ¡Estamos aquí!-grita Nina mirando hacia arriba.

Miro hacia arriba y se asoma una enorme cabeza. Hermes, el mensajero de los dioses y, si no me equivoco, el dios de los ladrones y el comercio. Éste al vernos, sale de detrás del mostrador y cuando se pone delante d nosotros, hace un chasquido con los dedos y se pone a nuestra altura. Entre los tres (pero soy la única que más habla) le comentamos lo sucedido de forma breve y él sólo asiente con la cabeza.

-Un momento, voy a hablar con Zeus y el resto de los dioses para ver si os pueden atender. Esperad unos minutos-dice y acto seguido, se marcha.

 

Nos quedamos sentados en el suelo varios minutos, pero creo que va a pasar una hora. Nina se ha quedado dormida y yo me mantego despierta con Jerome.

-Pegaso me dijo que te castigaron...-comento para seguir despierta.

-Sí, pero da igual. Cuando me enteré de que te expulsaron, me enfadé muchísimo con la idea de no verte más. Sabes que para mí eres mucho-dice y pongo una sonrisa.

-Pero sabes que sigo enfadada porque habéis venido-digo propinándole un pequeño puñetazo en el brazo.

-Pues para tu información, te va a costar trabajo deshacerte de mí.

-¡No me digas!-exclamo sin asombro y nos echamos a reír.

Al parar, Jerome empieza a mirarme y sé que cuando hace eso me va a besar. Cuando está a punto de dármelo, Hermes aparece por el pasillo y despierto a Nina.

-Siento mucho la espera. Los dioses han tenido que evaluar el caso y hablarlo entre ellos. Quieren veros ahora mismo. Seguidme-dice con voz seca.

Le seguimos por varios pasillos y al final, llegamos a una puerta altísima y bastante ancha. Hermes cobra de nuevo su altura de antes y abre la puerta. Entramos en una especie de sala redonda y bastante grande, sin techo y sin paredes. Las personas (los dioses) están sentados cada uno en un trono platrado, excepto un dios: Zeus, que está en uno dorado. Miro a todos los dioses, uno por uno: en el centro está Zeus, a su lado Hera (que también está en uno dorado), al otro lado de Zeus está Poseidón. Al lado de Hera se sienta Apolo y al otro lado de Poseidón, Hermes (que ya ha cobrado su altura y su posición). Después, están Ares, Afrodita y Hefesto y las dos diosas de las que desciendo: Atenea y Artemisa. Atenea me mira y asiente con un leve movimiento de cabeza y sonríe al ver que llevo el arco dorado en la mano derecha. ¡El arco! Ya ni me acordaba de que lo he tenido en la mano todo este rato... Artemisa, sin embargo, me mira con el ceño fruncido.

Zeus se levanta del trono y da un aplauso fuerte que retumba en toda la sala y en el centro de ésta aparece una mesa rectangular y tres sillas. En la silla de en medio me siento yo y a los dos lados Nina y Jerome. Zeus se vuelve a sentar y con su voz fuerte, empieza a hablar.

-Descendiente Annie, has robado el arco dorado-dice así tal cual, yendo al grano.

-No, Zeus-digo y al decir su nombre tiemblo un poco. Me pongo en pie.-Alguien que supongo que me odia, ha puesto el arco dorado en el lugar en el que yo residía en el campamento de preparación. Mi amigo Pegaso y yo oímos una noche un ruido que venía del salón de mi cabaña. Al día siguiente, nos enteramos de que habían desaparecido los objetos vuestros y, al revisar mi cabaña, encontraron bajo el suelo el arco dorado de la diosa Artemisa-explico y coloco el arco sobre la mesa y que cuando lo hago, empiezan pequeños murmullos.

-¡Silencio!-grita Zeus y todos lo guardan.-Entonces, según tú, tu no has robado el arco.

-No. Ya que estaba en mi cabaña, me expulsaron, lo saqué del campamento y vengo aquí a devolverlo. Nunca defraudaría a los dioses de los que desciendo, y uno de ellos, es usted-digo y enseño la marca de mi muñeca y de nuevo, murmullos.

-¡Silencio!-grita de nuevo.-Artemisa, puedes cogerlo.

Una mujer vestida con una túnica blanca (como la mayoría de los dioses) se levanta del trono y con un chasquido de dedos, se pone a la altura de nosotros. Se acerca a la mesa donde estamos nosotros tres y recupera su arco. Me mira varios segundos, pero luego se da media vuelta y a medida que se acerca al trono, recupera su enorme altura y el arco hace lo mismo.

-El problema de ahora-empieza Atenea-es que no sabes dónde ni quiénes tienen los otros objetos.

-Eso es nuestro asunto. Pero no confío completamente en ella, ni de ellos dos. Quiero los objetos robados, ¿dónde están?

-Digo que no lo sé. Si lo supiera, lo habría traídos todos.

-Pues los quiero ya, pequeña ladrona. Si esos objetos caen en malas manos, el mundo podría desaparecer.

-¡No soy una ladrona!-exclamo.-El arco no lo robé yo. ¡No sabía que existía!

-Seguro que lo sabías, y muy bien.

Me quedo mirando a Zeus durante varios segundos y al final, intento lo que Atenea me dijo en el sueño: un trato.

-Doy por terminado este juicio. Hermes, quita los poderes a esta descendiente.

-Claro, Zeus-contesta Hermes y se pone en pie.

¡Quitarme los poderes!

-¡Espere! ¡Tengo pruebas!-grito.