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viernes, 18 de enero de 2013

Capítulo 22

Hola pequeños descendientes e.e

Aquí os djeo el capítulo 22 (¡aleluya!). No tengo mucho que contaros, simplemente, que lo disfrutéis.


Capítulo 22: Expulsión

Me muevo entre los monitores intentando soltarme y grito desesperada a casi pleno pulmón hasta que me quedo sin voz. La gente me mira y parece que aguantan un grito ahogado, pero no me señalan con el dedo: me tienen respeto, ¿quizas? Si van acompañados, cuchichean entre ellos. Las lágrimas aún no han cesado, no de lástima sino de coraje y me sigo moviendo para que tardemos todo lo posible al lugar donde sea que vayamos. Aún no hemos llegado a la gran cabaña o al lugar donde tengamos que ir. Veo a Pegaso que se asoma por la puerta del establo (que sólo cubre de cintura hacia abajo) y al verme retrocede. ''No te vayas, por favor'' pienso y unos segundos después, pega un salto y sale fuera del establo y viene todo lo rápido hacia mí, sin volar.

-No nos esperábamos eso de ti-dice de repente uno de los monitores.
-¡Qué yo no he hecho nada! ¡Yo no he robado el arco dorado de Artemisa!-grito porque estoy harta de escuchar lo mismo.-¡De verdad!
Pegaso va detrás mía relinchando y se queda mirándome y luego se pone delante de los monitores, pero éstos lo esquivan fácilmente y mi amigo se vuelve a poner frente a mí.
Ata los cabos, Annie-me dice.-El sueño, la huida...
-¡Es verdad!-le contesto. Ahora lo entiendo, esto era el suceso poco agradable que ponía en el trozo de papel cuando llegó Pegaso, ya sé por qué tenía que huir, ya sé por qué Atenea apareció en mi sueño y me dijo que huyese ahora que podía. Desaproveché la oportunidad, qué tonta fui.-¡Soltadme! ¡No fui yo!-grito moviéndome de nuevo.-Pegaso, trae a Jerome aquí. Me tiene que ayudar. ¡Rápido!-le digo en un susurro y sale volando.
Sigo moviéndome aún con el sueño a soltarme de entre los brazos de los monitores que me sujetan como una loca. Pasan pocos segundos y ya hemos pasado la gran cabaña. Mis ojos están secos, ya no puedo producir ni una lágrima mas y estoy tranquila.

Los monitores me suelta y me tengo que masajear un poco la parte por donde me han cogido, que la tengo roja y con las marcas de sus manos.
-Adiós, Annie. Vuelve a casa, es lo más seguro-dice uno. Me doy la vuelta. Estoy en la entrada secreta del campamento. El que ha hablado me da un pequeño empujón, con la suficiente fuerza como para estar ya fuera dando un traspiés. Fuera del campamento.
Casi caigo al suelo, pero paré la caída apoyando las manos en un tronco viejo. Me giro corriendo y voy hacia la entrada.
-¡No!-grito. Algo deben de haber hecho los monitores porque ahora, no puedo entrar.-No, no no...-repito. A Pegaso no le ha dado tiempo para que Jerome me ayudase. De nuevo, lágrimas desordenadas salen de mi ojos húmedos y me siento junto a un tronco de un roble, a llorar en la soledad. Ya no podré volver al campamento, ya no podré ver más a Pegaso (¿o sí?), ni a Nina, ni a Jerome... ¿Por qué? Porque no me explico qué hacía ese arco en mi cabaña, ¡está claro que no lo he robado! Tengo que volver a casa, explicárselo a mis padres  que me ayuden.
Oigo el sonido de un motor y me seco las lágrimas. Me pongo en pie y miro detrás del tronco: el chófer que nos trajo a Jerome y a mí está aquí de nuevo.
-¿Y usted? ¿Qué hace aquí?-pregunto dirigiéndome a el hombre, que va vestido igual que la última vez.
-A recogerla y a llevarla a casa-dice. Asiento con la cabeza y miro hacia la entrada secreta del campamento. Un momento... ¿cómo ha llegado tan rápido el coche?-No hay tiempo que perder-me dice el hombre.-Al teletransporte el quedan pocos minutos para que su poder acabe.
-¿A qué se refiere? No lo entiendo...
-Da igual-me corta-tenemos que irnos. Entre en el coche-dice mientras abre la puerta trasera del vehículo y entro dentro y cierra la puerta. En pocos segundos, ya está dentro del coche él también. Veo por el cristal que pulsa varios botones y miro por la ventana. El paisaje del bosque desaparece y me informa de que ya hemos llegado.
-¿Ya?
-Uso telestransporte en el coche para llevar a otros descendientes de forma ráida-dice y levanto una ceja. ¿Sabe todo el asunto de los descendientes?-Lo sé todo, venga, tienes que ir dentro de casa.
-No estoy preparada-digo mirando algo avergonzada a mis pies.
-No lo robaste tú-dice y le miro sorprendida. ¿Cómo ha dicho? ¡Alguien que me cree!
-¿Gracias?
-Te contaré una cosa que quería guardarme para mí mismo, pero veo que estás mal. Cuando expulsaron a una chica hace unos dís, la tuve que llevar a su casa y por el camino, no hacía más que murmurar cosas. De algunas me enteraba, de otras no-confiesa.
¡Amber! ¡La expulsaron! Debo de enterarme de más cosas.
-¿Oyó lo que decía por lo bajo?-pregunto y éste niega con la cabeza.
-Lo siento, sólo oía farfullar cosas. Eso no te lo puedo contar...
-De todos modos, gracias-le digo y me bajo del coche.

Al cerrar la puerta, el hombre arranca el coche y sale de nuevo calle arriba. Cruzo la calle y llamo al timbre d emi casa, aguantando la respiración. ¿Qué les diré? ¿Cómo les explicaré todo lo sucedido? Sé que ellos me ayudarán a idear un plan para poder volver al campamento y si no hay más remedio, tendré que volver a mi antiguo instituto de Minnesota. Qué... fastidio. Llamo de nuevo al timbre, es raro que tarden mucho en abrir.
Ahora sí. Abre mi madre y me recibe con los brazos abiertos. Me meto entre ellos y empiezo un poco a gemir. 

Ella me entiende, me quiere y sabe lo que he hecho.

Me cree.



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